Hace unos años, cuando mi hija terminó su carrera universitaria, puso un negocio de venta de muebles de cocina y closets. En poco tiempo su vida de proletaria cambió y sin darse cuenta se convirtió en una pequeña burguesa con unos buenos ahorros en el Banco.
En esa época en los
tiempos de Navidad, estando en un centro comercial de acuerdo a su nuevo
estrato social, chachareando entre los perfumes y las cremas que sólo las
mujeres saben para que sirven, me dijo muy decidida… acompáñame a comprar unas
cosas. Sin alegar mucho y a los jalones de brazo de una niña consentida la
acompañe… en menos de media hora ya tenía una arsenal de cremas, pomadas y menjurjes
para la cara, que iban a darle un muy llegue a la pequeña fortuna que había amasado
en su poco tiempo de empresaria…
Al llegar a la caja sin inmutarse en ningún momento por el
despilfarro que había hecho… revisó la cuenta y al checar que todo estaba en
orden, me voltio a ver y me dijo muy seria, PAGAAA!!!
Estos años que han sido de mucha siembra y poca cosecha,
donde mi fe ha sido probada tantas veces, con muy malos resultados la mayoría de
ellas, mostrándome lo débil que soy en esto de la confianza en el Señor.
Con esta fe tan abollada por la desconfianza, me quedo
pensando… Si yo que no soy ni con mucho el papá más generoso del mundo, aguante
literalmente el robo a mano armada que mi hizo mi hija, que no podrá hacer el
Señor por nosotros si le pedimos con la confianza de que nos los va a dar porque
somos sus hijos.
Por eso creo que debemos pedir siempre al Patrón con la
seguridad de saber que lo que vamos a pedir él tiene la manera de dárnoslo… a
partir de hoy voy a escoger los cremas
para el negocio y las lociones para los amigos y le voy a decir después
de revisar la cuenta… PAGAAA!!!