En este tiempo, donde lo digital ha arrasado con lo análogo, parece mentira que las grandes cosas que nos suceden en la vida se sigan tejiendo en lo simple sin mayor pretexto que cualquier cosa; una caminata, una corrida, un baile, un proyecto, un sueño, una sonrisa, un niño, un encuentro, un libro... un hola. Pasando a cada instante frente a nuestros ojos... tan cerca que muchas veces ni siquiera nos percatamos de ello, como decimos en el negocio con ceguera de taller, en este caso sin duda... con ceguera de vida.
Pero esa ceguera de vida que nos mantiene ajenos a todo, distantes hasta con nuestros sentimientos, haciéndonos parecer cosas que no somos, viviendo como extraños dentro de nosotros mismos, perdidos en el mundo de lo material, sin encontrar un sentido real a lo que hacemos; siempre insatisfechos, solos en medio del bullicio del mundo digital, con un vacío que nunca nos hace sentir plenos.
Vivimos con tanto ruido e información a nuestro alrededor hemos aprendido a creer que existen muy pocas cosas de las no podríamos opinar con una gran claridad... entonces; repetimos cosas que hemos escuchado, pero que en el fondo realmente no comprendemos. Como la mayoría de los maestros de escuela que sólo saben de la forma o como opera, pero que no entienden el fondo o como se creó... la mayoría de las veces ni siquiera saben que existe...
Como el sentido del equilibrio; en las cosas que hacemos, las que creemos, las que emprendemos, en la educación o en la relación. Donde todos o casi todos estamos dispuestos a dar consejos tan llenos de sabiduría que no vivimos, hablando del equilibrio de las cosas; de lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto, lo verdadero y lo falso. Sin darnos cuenta de que hablamos de lo que en el fondo no conocemos... pues nuestra vida casi siempre está sesgada hacia la soberbia o el miedo.
Cómo cambiar esto que parece una tradición milenaria de hablar sin entender realmente el fondo de las cosas, que ahora por la prisa del tiempo se ha vuelto mucho más difícil de darnos cuenta... haciéndonos hablar cosas que no provienen de la reflexión o de la consciencia, repitiendo lo aprendido sin cuestionar nada.
Tal vez lo que debemos hacer es dejar que el silencio tome el espacio para entonces... hacer el dialogo con nosotros mismos, sin prejuicios, donde el miedo y la soberbia puedan ser controlados por el corazón para fundirlos en la conciencia, para lograr el equilibrio del que tanto hablamos, pero que sin duda... muy pocos, pero muy pocos conocen.
Creo que la puerta del cielo está al centro y no creo que dependa ni de tiempo, ni de espacios, ni de planos de vida. El cielo está en la suma de todos los tiempos; el pasado, el presente, el futuro... en el eterno presente. También está en la suma de los planos; el de los vivos, el de los muertos... el de la eterna energía. Para mi la puerta del cielo está donde confluyen todas las energías, rompiendo las dicotomías; de lo bueno y lo malo, la soberbia y el miedo, el valor y la cobardía.
Como si fundiéramos a la fuerza y la ternura o al valor y la sensibilidad o al fanatismo y al antifanatismo; creando una sola energía que no está contrapuesta con nada, una energía que nace del corazón y se desarrolla en el silencio en el encuentro con nosotros mismos.